Para Kilian Jornet son "Días difíciles, días donde buscamos los porqués,
los "y si ..." días donde los amigos y familia nos debemos apoyar". Ante las
muchísimas muestras de apoyo y afecto que ha recibido, ha escrito este relato de
lo ocurrido hace una semana. Así fué la tentativa de Travesía del Mont Blanc,
incluida dentro de su proyecto personal Summits of My Life, y el accidente de su
amigo Stephane.
El objetivo de Kilian Jornet ahora es retomar la rutina de
entrenamientos, competiciones, y continuar con su proyecto Summits of My Life.
16 de junio 2012
Es medianoche cuando suena el despertador. En silencio nos ponemos los monos
de esquí y el arnés. Tomamos un té caliente con algunas galletas y cogemos las
mochilas que habíamos preparado. Dos crampones, un piolet, gafas, guantes
calientes, un gorro, un plumón, un gore, una cantimplora, algunos geles y una
cuerda de 20 metros serán nuestros compañeros para las próximas horas.
Hacemos un viaje en silencio hasta las Contamines. Ninguna nube en el cielo.
A la una de la mañana empezamos a correr dirección Tré la Tête. Nico Mermoud y
Anna Frost han venido a acompañarnos en estos primeros pasos, hasta que una hora
mas tarde nos adentramos en el glaciar con los esquís.
Vamos subiendo por el largo glaciar de Tré la Tête disfrutando del magnífico
espectáculo de las montañas blancas a nuestro alrededor, iluminadas por el mar
de estrellas que brilla sobre nuestra cabeza. Vemos una estrella fugaz.
A las cuatro y media de la mañana llegamos a la cima de los Dôme de Miage.
Empieza a amanecer. Vemos que la cara norte está blanca. Parece más atractivo
deslizar con los esquís flanqueando por la pared hasta Duri, que hacer la larga
arista caminando.
Stephane empieza a bajar de la arista, la nieve parece buena. Baja con
cuidado, clavando el piolet para asegurar cada paso. Diez metros más abajo se
detiene:
-“La nieve está un poco helada, pero creo que podremos pasar”-.
Empiezo a bajar con el piolet, poco a poco. Llego al hielo y consigo frenarme
con el piolet. Estamos sudando. Unos mil metros de hielo se pierden en la
oscuridad bajo nuestros pies. Dudamos, la travesía con esquís parece cada vez
más difícil. Lo que parecía una dulce capa de nieve es, en realidad, una dura
placa de hielo. Decidimos quitarnos los esquís y subir con los crampones y el
piolet hasta la arista. ¡Una hora de nervios y sudor para volver al mismo
sitio!
Bajamos por la arista intentando recuperar el tiempo perdido. Se deja bajar
bien, con algunas remontadas de escalada y un pequeño rapel de 10 metros, donde
tenemos que sacar la cuerda.
Llegamos finalmente al refugio de Duri, donde empezamos la parte más técnica
de la travesía. El primer tramo de la arista de Bionnassay es fácil, hasta que
llegamos al espolón de roca. No hay ninguna traza. Hemos estudiado las reseñas
de la vía que sube por la cara norte. Vamos trepando por la roca siguiendo unas
repisa que nos adentran en la cara norte, hacia un diedro cubierto de nieve.
Unos 100 metros de estrecha goulotte de hielo nos conducen hacia la arista
somital.
Llegamos a Bionnassay. Una imagen magnífica, viendo cómo el sol se levanta
detrás del Mont Blanc. Caminamos sobre una afilada arista con el valle de
Chamonix y Aosta en cada pie. Nos cuesta mucho abrir huella. La nieve acumulada
los últimos días nos hunde cada paso hasta las rodillas. A media arista
decidimos ponernos los esquís para bajar hasta el cuello de Bionnassay.
Durante la subida hacia el Dôme de Gouter empieza a soplar un viento fuerte
de Italia, que hace que las elevadas temperaturas se olviden y el frío gane
nuestros cuerpos. La altura se suma al cansancio de ocho horas de esfuerzo y la
subida de la arista desde Bosses hasta el Mont Blanc se hace eterna.
Llegamos al Mont Blanc solos. El fuerte viento, con ráfagas de más de
100km/hora hace que no haya demasiada gente en la parte alta. Un momento mágico,
los dos solos en la cima de los Alpes, en el ecuador de nuestra aventura.
Sin detenernos más que unos instantes empezamos la bajada hacia el Mont
Maudit. La nieve es dura pero se deja esquiar rápido. Pequeña remontada al
Maudit y nos sorprendemos al mirar la cara norte por donde debemos bajar. La
pared es un muro azul. No hay trazas, una pequeña lengua de nieve nos permite
bajar unos metros con la técnica de piolet-esquí hasta coger las cuerdas fijas
que hay del verano y bajar hasta el Coll de Tacul buscando el camino entre los
Séracs. La bajada del Tacul es fácil, la nieve ha cubierto la rimaya. En el Col
de Midi nos damos cuenta del calor que hace. Seguimos deslizando a gran
velocidad por la Vallée Blanche para no perder inercia mientras la nieve cada
vez es más pesada y se hunde más bajo los esquís.
Vamos abriendo traza por la Mer de Glace. Descendemos y saltamos las grandes
grietas hasta llegar a la Salle en Manger donde debemos sacarnos los esquís para
cruzar la gran morrena de piedra. El calor se insoportable, tomamos agua del
glaciar y comenzamos a subir por las escaleras hacia el refugio desde
Couverecles. Stephane está muy cansado, ya llevamos más de 14 horas y casi 6.000
metros de desnivel.
Me adelanto para ver las condiciones en las Courtes, el fuerte calor nos hace
temer que haya grandes purgas. En el glaciar de Couvercles me encuentro con
Vivian y Bastien que bajan del Col des Droites. No han podido llegar, como
temíamos, el calor de esta hora ha hecho bajar grandes aludes y la nieve está
muy inestable. Volvemos al refugio juntos, allí nos espera Stephane.
No lo dudamos un momento. No podemos continuar, tenemos que “jugar” con
seguridad. Nos quedaremos a esperar el rehielo en el refugio y continuaremos
mañana.
Pasamos la tarde recordando las intensas vivencias de la larga mañana,
discutiendo con guías y alpinistas anécdotas en estas montañas y proyectos
nuevos a hacer, hasta que el sol se va apagando y cogemos el sueño.
17 de junio 2012
Son las 5 de la mañana cuando nos ponemos de nuevo en marcha. Stephane se ha
recuperado perfectamente y avanzamos a gran velocidad por el glaciar y subiendo
hacia el Col des Droites donde adelantamos las cordadas que han salido a la una
de la madrugada. Llegamos al cuello y miramos el último obstáculo de la
travesía: la Aguille de Argentiere está justo delante nuestro.
Empezamos a abrir huella por la arista desde Courtes, con algunos tramos
helados que podemos pasar bien con el piolet. La NNE des Courtes se presenta
fantástica, con nieve durante todo el largo. Stephane baja delante, como
siempre, hace un primer giro para mirar la estabilidad de la nieve y después se
lanza haciendo grandes giros por esta impresionante pendiente de 50º Llegamos al
pie de la canal con una sonrisa enorme, nunca se había esquiado esta bajada con
unas condiciones tan buenas. La rimaya es otra historia. Una pared de unos
cuatro metros y una ancha grieta abajo nos corta el paso.
-“Ostras, nos hará falta un gran salto”- dice Stephane, mientras yo pienso en
donde podré anclar la cuerda para bajar.
No hay tiempo para pensarlo. A mi lado siento que Stephane se tira
diciendo:
-“Habrá coger carrerilla para saltar”-
Salta con facilidad y consigue estabilizar para frenar una decena de metros
más abajo.
-“¡Venga! ¡Coge impulso y salta!”-.
¡Estoy acojonado! Respiro profundamente y salto, veo como la grieta desfila
bajo mis esquís. Toco la nieve e intento controlar. La nieve profunda me lanza
hacia delante y empiezo a rodar abajo. Me freno a los pies del Stephane. Nos
reímos.
Empezamos la subida al corredor en Y del Aguille de Argentiere a gran
velocidad, la nieve es dura y deja subir rápido con los bastones y ayudándose
del piolet de vez en cuando. Ante nosotros vemos a Sebastien Montazer y a
Bastien Fleury. Les vamos recortando metros.
Al llegar a la salida del Couloir nos encontramos los cuatro. Las caras son
de felicidad. Comemos algo, nos contamos todas las vivencias y anécdotas de las
últimas horas, también hablamos de nuevos proyectos. Disfrutamos de estar allí,
de que sólo nos queda disfrutar de una larga bajada. Los pájaros planean
aprovechando el fuerte viento a nuestro alrededor. Les damos de comer. Es
felicidad pura.
Empezamos a caminar de nuevo entre las dos cumbres de la Aguille de
Argentière. Yo voy por el interior, en la cara Oeste. Stephane me sigue por el
exterior, a dos metros y medio del límite de la cornisa. Seb y Bastien que
siguen la traza del Stephane, se detienen un momento, me doy la vuelta para ver
que hacen y me doy cuenta que detrás suyo hay una cornisa enorme, levanto el
palo para enseñárselo a Stéphane.
Un instante, es lo que separa la felicidad del dolor. Todo se decide en
milímetros, en décimas de segundo. La cornisa donde está Stephane se rompe
llevándoselo con una gran cantidad de nieve. Una placa de unos tres metros de
ancho y seis de largo.
Se apaga todo. Corremos, miramos donde ha caído, decidimos llamar al PGHM
(Socorro Alpino). Bastien baja hacia Argentière para avisar, nosotros buscamos
cobertura y conseguimos llamar. Esperamos el helicóptero. Los segundos se
convierten en horas, el tiempo parece detenido.
El helicóptero se lleva a Stephane, que no ha sobrevivido a una caída de más
de 600 metros en la cara este de Argentière.
Stephane murió como vivió. Con felicidad, en silencio, sin gritar, sin hacer
ruido. En lo más alto, con la elegancia y la humildad que caracterizó su vida.
Cayó dulcemente como cae un árbol.
Ahora son días difíciles, días donde buscamos los porqués, los "y si ..."
días donde los amigos y familia nos debemos apoyar. Su vacío no lo podremos
reemplazar y siempre estará allí. La imagen nunca desaparecerá, pero lo que nos
llenó, todos los momentos vividos, todas las cosas que aprendimos de él, en la
montaña y fuera, tampoco desaparecerán nunca. Siempre estará presente en las
cumbres que coronemos a partir de ahora .
Con Stephane teníamos muchos proyectos, como ídolo primero, mentor después, y
amigo finalmente, habíamos hablado muchas veces de las montañas que queríamos
escalar, los sueños que queríamos intentar. “Lo seguiremos haciendo por ti,
Sep”.
Hemos elegido una forma de vida, un medio, la montaña, en la que somos
conscientes de sus riesgos. En donde sabemos que a pesar de querer controlar
todos los incontrolables, hay riesgos que no podemos ver, que no dependen de
nosotros. La vida, es vivir sus pasiones. La muerte es el punto que asimila
todos los hombres; es una seguridad. La montaña nos quita muchas cosas, pero
también nos lo puede dar todo si la necesitamos para respirar.